La culpa de la katana

Hace solo tres años aunque parece un siglo. Una madrugada de abril de 2015, una familia de Cerro Chico se despertó en medio de una pesadilla: había asaltantes dentro de la vivienda. El dueño de casa reaccionó de la manera menos pensada: manoteó un espadón japones de adorno, una katana, y defendió su vida, sus familia y su propiedad.

La historia se viralizó en el mundo. Nada fue fácil para quien no eligió ser víctima de una agresión nocturna, menos pensó en defenderse con un laton ceremonial. Su vida y la de toda su familia cambió, el miedo no los abandonó nunca. Porque es así, si el asaltado cae lo lloran y lo entierran, pero si se defiende después debe asumir las consecuencias.

Uno de los atacantes salió en libertad, cumplida, en parte, su condena. Ya está en la calle, ya podrá cruzarse en cualquier esquina con su víctima. Pero no sólo está libre, además ha iniciado una demanda contra el Estado porque, alega su abogado, no recibió la atención adecuada a las heridas producidas por la katana.

Traducido: el delincuente decidió violar un domicilio, atacar a una familia en la noche con intención de despojarlos. Y asumiendo el riesgo propio pero, sobre todo, el riesgo de sus asaltados. Le salió mal, el indefenso se defendió. Y aunque cueste aceptarlo desde lo que establece la ley, le corresponde el derecho a reclamar resarcimiento porque estando ya detenido, bajo tutela del Estado, no recibió la atención debida.

La próxima, el pobre hombre que sufrió el asalto deberá considerar si no le conviene en lugar de katana, ofrecerle ayuda al asaltante para que se lleve todo sin lastimarse.