Por amor al mate

En un mundo ferozmente competitivo, como el del fútbol, es frecuente, sin embargo, que no se festejen goles cuando quien lo anota ha vestido la camiseta de su ahora rival.

Es un código no escrito, pero que se castiga con severidad tribunera cuando no se lo respeta. No importa cuan decisivo pueda ser ese tanto, incluso un gol de campeonato, pero si es de astilla del mismo palo el goleador ofrece a sus ex fanáticos un gesto de pedido de disculpas mientras sus compañeros celebran y lo felicitan.

Y aún entre lágrimas o puteadas por sufrir la derrota, la tribuna aplaude y agradece esa suprema muestra de respeto que es controlar el estallido del gol.

En un mundial, esa situación es virtualmente imposible porque cada jugador viste la casaca de su pais y aún teniendo doble nacionalidad, como Leo Messi, si opta por la argentina ya nunca podra integrar una seleccion española.

Antoine Griezmann no es uruguayo ni ha pisado nunca Montevideo, pero cuando marcó el segundo gol francés manifiestamente evitó el festejo.

Un bicho raro. Su renuncia a la mayor alegría de un jugagor, en Moscú o en un baldío, fue por amistad.

Griezmann tiene amigos uruguayos. Sus ex companeros de la Real Sociedad antes, del Atlético de Madrid ahora. Le enseñaron a tomar mate, a hablar en uruguayo, a vivir el fútbol como rioplatense. Baja de los buses con el termo bajo el brazo como cualquier charrúa. Y cuentan que en su despensa hay setenta marcas distintas de yerba mate.

Hay que ser muy buen tipo para no gritar su gol en cuartos de un mundial, el gol que da pase a semifinales sólo por amistad.

La amistad tiene que ser muy pariente del amor, para que pueda entenderse