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Más que ciegos, enceguecidos

La noticia sobre  Emile Ratelband, el holandés que se percibe 20 años más joven, desnuda el miedo de jueces a ser políticamente incorrecto y por eso aceptan el absurdo. 

29/08/2018 | 15:00

Leandro es médico en un hospital de Cipoletti. Le llega una joven embarazada que alega haber sido víctima de violación. Reclama interrupción del embarazo y presenta síntomas de contracciones producidas por algún fármaco con el que ha intentado el aborto casero. Leandro analiza la situación: la joven está en riesgo por el proceso en marcha sin que se sepa siquiera cuál es el producto que ha tomado. Y el feto, de cinco meses de gestación, ya es viable, con mucho riesgo ya podría nacer con vida.

Leandro no es objetor de conciencia, conoce el código penal, sabe que el aborto está despenalizado desde hace 90 años en casos excepcionales. Pero en la situación que le toca enfrentar, entiende que no se trata de interrumpir una gestación sino de dar muerte a un niño en condiciones de nacer. Además de agravar el riesgo de vida de la madre.

Toma una decisión difícil: prioriza a la mujer, aplica medidas para detener las contracciones. El proceso se revierte y el embarazo continúa. Evaluado con colegas, establece el plazo para minimizar riesgos y adelanta el parto. El niño es dado en adopción el mismo día de su nacimiento.

Una médica en un hospital de San Juan, que debe proteger su nombre, recibe a los angustiados padres de una chica de 14 años, con severa discapacidad mental, violada y embarazada. La profesional, como Leandro en Cipolletti, conoce el código penal y advierte que es, específicamente, uno de los casos despenalizados desde 1921. Aplica el protocolo con todas las previsiones de ley e interrumpe el embarazo reciente.

Leandro está imputado por no haber abortado, por haber protegido la vida de la madre en riesgo y, además, la del niño por nacer. A su colega sanjuanina piden que la imputen por haber interrumpido el embarazo.

El debate por el aborto ha dejado heridas profundas y muy dolorosas. Las posiciones extremas, que niegan todo debate porque son dueñas de la verdad y la verdad no se discute, terminan predominando sobre posibles mayorías, siempre silenciosas, seguramente menos fanáticas.

No es un tema de colores de pañuelos. Es verde el de la fiscal que imputa a Leandro por no haber abortado. Es celeste el de quienes reclaman imputación a la médica sanjuanina por haberlo hecho, los dos sobre decisiones profesionales, no dogmáticas, en el marco estricto de la ley vigente desde hace un siglo, no por lo que se pueda legislar a futuro.

Por si algo falta en este escenario de irracionalidad y ceguera, mientras se imputa a médicos por enfrentar las causas de una violación, del violador nadie parece haberse acordado.

En su Ensayo sobre la Ceguera, el portugués José Saramago narra en tono de ficción una extraordinaria metáfora: una ciudad sufre una epidemia de ceguera que afecta a toda la población con consecuencias apocalípticas. Pero no son ciegos, sólo lo están.

Hay que barajar y dar de nuevo. Con otras cartas. Con reglas claras. Y con una pizca de racionalidad que nos rescate de este enceguecimiento autoimpuesto

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