Después de tantos años en el periodismo, de tantos años como testigo del crecimiento del delito, de la inseguridad, nunca pensé que llegaría a lo que hoy siento.
Quiero que los asesinos tengan miedo. Que ellos sientan el miedo con el que viven los buenos, los que como Sebastián cuando salen a trabajar lo están esperando como si fueran conejos para cazarlos.
Porque es evidente que no tienen miedo. Que se sienten impunes. Que es cuestión de esperar que un hombre o una mujer asuman el riesgo máximo que es salir a la calle a esa hora. Y entonces golpear, robar y cada vez más, matar. Por el puro perverso placer de sentirse dueños de la vida de los giles, de los que trabajan, de los que tienen sueños, de tanto Sebastián que pide que lo dejen vivir para poder sostener a sus hijos pero lo matan igual
Ni siquiera para robarlo, matan por matar, para probar que se burlan de la seguridad oficial. De tanto discurso que ya no cree nadie y que solo suma enojo al miedo.
Porque ellos, los motocriminales, no tienen miedo, Sebastián, sus vecinos de Yofre son los que viven aterrados. Los que cambian hábitos para sobrevivir. Los que se acostumbran al horror de escuchar disparos, de salir a ver quien es la victima en esta feroz ruleta rusa a la que nos someten a todos los vecinos de Córdoba.
Quiero que le tengan miedo al poder armado de la ley y del Estado. A las armas de fuego de la policía y al castigo sin atenuantes de la justicia. Que no se sepan impunes. Que no se sientan tan seguros de atacar, golpear, robar y matar
Pero no, la policía ha perdido autoridad, la justicia es impotente o, a veces, cómplice. La política está en otra cosa, en otras prioridades, en las promesas, en las buenas intenciones que no sirven para nada.
Ni servirán para evitar el próximo crimen, esta noche o mañana. De alguien que a pesar del miedo tiene que salir a trabajar, a enfrentar a quienes lo están esperando disfrutando de antemano la adrenalina del crimen que van a cometer. Sin riesgo, impunes, tranquilos.
Es hora de que el gobernador, el ministro, el jefe de policía, la justicia, todos, comprendan que son ellos, los criminales, no los vecinos, quienes deberían tener miedo.
Por Miguel Clariá.