Náufragos

En los 15 minutos que lleva consumir un café, pasan por mi mesa en el bar céntrico un hombre que procura vender biromes, otro que ofrece con buenos modales medias y soquetes de dudoso origen, un tercero que deja al lado de la azucarera portadocumentos y llaveros con pequeñas linternas, que luego pasa a recoger esperando el milagro de una venta.

Han ingresado en este bar porque el del frente tiene un letrero en fibra roja: prohibido el ingreso a vendedores. Tres hombres entre los 40 y 50 años que además de compartir el oficio de ambulantes, tienen en común el gesto de agobio y también cierta dignidad en la manera de no rendirse, de sobrevivir en una tarea inevitablemente degradada que simula un empleo.

El país es una frágil embarcación que procura mantenerse a flote en lo que el gobierno llama tormenta, los opositores califican del apocalípsis y a los náufragos, los aferrados a cualquier tabla que flote, no les sirven las explicaciones semánticas ni los consuelos políticos.

Hay acciones judiciales históricas como los cuadernos de la corrupción política y los empresarios que se declaran arrepentidos, pero no culpables . Hay debates sociales trascendentes como el del aborto legal. Todo es muy importante, pero nada es más importante, para los tres visitantes de mi mesa del café que conseguir la ínfima pero inalcanzable suma que requiere su familia cada día para mantener la cabeza fuera del agua.

No niego importancia a los temas que dominan la agenda pública. Sólo procuro no perder de vista que esa no es la prioridad de los que pelean por sobrevivir al naufragio. Los cambios, las transformaciones, aún las más necesarias, producen víctimas. Daños colaterales que hay que aceptar, siempre que el elegido para ser arrojado del bote no sea uno mismo con toda su familia.