La cruel historia de Lautaro

Opinión

La cruel historia de Lautaro

28/03/2023 | 11:48 |  

Si una historia individual, trágica, puede ser la historia de todos, esa es la de Lautaro, un estudiante de 18 años asesinado en General Rodríguez, Buenos Aires, por un celular.

En la Argentina real, no en la Narnia indignante en la que viven algunos, hay una guerra no declarada, pero con muchas víctimas. Algunos eligen ser parte de esa guerra y salen a matar, otros, como Lautaro, no eligen, ni siquiera saben que están en esa batalla hasta que son abatidos.

Simplifiquemos sin temor a lo políticamente correcto: Lautaro era un buen chico, del otro lado están los malos. Los despiadados delincuentes para quienes la vida vale un celular.

Lautaro iba a la escuela nocturna porque trabajaba de día, Y seguía con ese difícil secundario porque soñaba con ser arquitecto. Pero debía caminar de regreso de la escuela, los que todo prometen en campaña, no le daban siquiera un colectivo para volver a su casa.

Vuelve solo, de noche. Es un Bambi entre lobos. Es demasiado fácil. Lo asaltan por el celular, lo apuñalan, lo matan.

Pero quien lo mata por un celular, no podía, no debía estar en libertad, ese día en ese barrio. Tenía una condena hasta febrero del año próximo. Hay un juez que garantizó el derecho del criminal a la libertad anticipada, nadie garantizó la vida a Lautaro. Hay un juez que no estaba en esa noche, en esa calle, para proteger a Lautaro, pero que puso allí a su asesino.

Para algunos, que viven en Narnia, sigue siendo razonable poner legalmente a un lobo en la calle, con garantías para cazar bambis.

La breve y cruel historia de Lautaro es la de millones de argentinos. Entró en el campo de batalla desarmado, desamparado, con sueños de progresar, de esforzarse, de ser mejor, sin saber que todos esos sueños lo convertían en blanco móvil, en víctima obligada. Lo mataron. Entre quienes no fueron capaces de protegerlo, ni siquiera de darle un colectivo y quienes siguen manejando las leyes contra los derechos y garantías de la buena gente.

Por Miguel Clariá.