Armados pero indefensos

Sociedad

Armados pero indefensos

07/09/2018 | 15:23 |

La noticia sobre  Emile Ratelband, el holandés que se percibe 20 años más joven, desnuda el miedo de jueces a ser políticamente incorrecto y por eso aceptan el absurdo. 

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Armados pero indefensos

Con los excesos policiales es fácil hacer demagogia, porque existen, porque es difícil controlarlos y porque hay deficit de formación profesional. Con frecuencia nos toca informar de efectivos involucrados en hechos negativos o directamente delictivos.

Sin embargo, es obvio que también hay miles de mujeres y hombres en la fuerza que cumplen su trabajo, buenos policías castigados  por la falta de respaldo de las autoridades y la actitud contradictoria de buena parte de la población.

Hay una descomunal hipocresía en qué se exige y cómo se respalda al buen policía.

Se han viralizado imágenes grabadas en La Calera donde dos policías son desafiados y agredidos por dos adolescentes. Los chicos tienen público que los alienta cuando golpean y patean a los uniformados que sólo intentan eludir la pelea. Cuando un agente atina a levantar los brazos en gesto de defensa, se escuchan gritos de “abuso”.

En realidad, lo que se ve son dos chicos en edad escolar que sacan cartel de pesados enfrentando a policias. Armados pero paradójicamente indefensos. Si actúan, detienen y aplican fuerza física, seguro tendran problemas inmediatos, en el barrio, y más graves luego, cuando los acusen de abuso. Si no actúan, los sancionarán por incumplir sus deberes. Y mejor no pensar lo que ocurriría si alguno comete el desatino de sacar un arma.

¿Qué se espera de un agente agredido frente a testigos? Que actúe como un profesional, responden jefes y funcionarios políticos. ¿Y eso qué sería? Sencillo: reducir a los agresores, esposarlos, todo en medio de familiares y amigos amenazantes. Pero si en el procedimiento alguien resulta lastimado, probablemente el policía termine preso o castigado.

Queremos hombres y mujeres uniformados, rigurosos, probos, valientes, profesionales, aunque mal pagos, y dispuestos a inmolarse por la seguridad ajena. Pero les atamos las manos, los arrojamos al agua y les exigimos que no se ahoguen.